El provincial de los jesuitas, conocedor como ningún otro colombiano del conflicto armado en el Magdalena Medio, ve en la Ley de Víctimas una oportunidad para dejar atrás la violencia pero también el riesgo de volver a lo mismo de hace 50 años.
Algo extraño ocurre cuando el que está sentado al frente es el padre Francisco de Roux. No importa cuan discreto intente ser, desde los zapatos hasta el tono de la voz, en cuestión de unos pocos minutos todo termina gravitando a su alrededor. Sobre todo si se trata de una conversación sobre la nueva Ley de Víctimas o más aún, con una pregunta sobre la mesa: ¿qué valoran los colombianos?
Hoy, por cuenta de la aprobación de la Ley 1448 de 2011, las víctimas han regresado al centro del debate. Pero en el caso del Padre, están en su mente y corazón desde 1995 cuando empacó maletas y se fue al Magdalena Medio, donde se libraban las más feroces batallas entre paramilitares, guerrilla y ejército, para crear un modelo de paz y desarrollo. Para trabajar hombro a hombro con las comunidades y ayudarlas a recuperar su dignidad.
Nadie como él, para entender los alcances y limitaciones de la nueva política de víctimas. Nadie con más autoridad moral para advertir que, como lo dice en esta entrevista, “no basta con ejercer la autoridad sobre los victimarios. De nada sirve aumentar el número de policías y militares para que exista uno al lado de cada víctima. Lo imporante es incidir en el victimario, convertirlo al valor de la vida”.
¿La ley de víctimas rescata el valor de la vida?
Tengo en mente el recuerdo de Lucho Arango. Fue el último amigo nuestro que mataron en el corregimiento de El Llanito, el año pasado. Lucho era un enorme luchador de los humedales. Él estaba convencido de que la lucha por los humedales era la lucha por la pesca, por la totalidad de rio y bosques en Magdalena Medio. Lo mataron una mezcla de mafias y poderes económicos que necesitan la ciénaga para otros propósitos. Si no se preservan los humedales y ciénagas en las cuales el río deposita sus aguas en los inviernos, la probabilidad de que destruya los pueblos vecinos era evidente. Eso lo saben los ribereños. Por eso su vida, su comida, su cultura, está articulada con lo que el río significa. El problema es que ellos planteaban cosas profundas. Ellos veían que tenían que controlar el agua en las montañas. Volver a resembrar bosques. Proteger los cauces. Garantizar canales que comunican el río y las ciénagas. Había que sacar a los ganaderos que pusieron cercas y que pusieron terraplenes en las pozas, que son ciénagas pequeñas, para meter ganado. Quiero poner este caso, el de Lucho Arango, porque está muy conectado con la totalidad de la vida.
¿Cree que la Ley de Víctimas es la solución a los problemas de las víctimas?
La ley de Víctimas tiene a mi juicio un valor fundamental y es que nos hace a todos los colombianos responsables de lo que ha pasado aquí. Y responsables no solo moral y políticamente, sino también económicamente. Vamos a tener que pagar entre todos. Con la plata del Estado que es nuestra. Cuando aquí maten a un hombre como Lucho que está defendiendo el medio ambiente. Cuando aquí secuestren. Cuando haya un falso positivo. Vamos a tener que pagar todos. Hasta ahora mas o menos la idea que se tenía era que este es un país de gente buena, donde no hay corruptos, no hay injusticias institucionales, donde no destruimos la naturaleza, sino que había un grupo de malos mezclados con mafia, guerrilleros y paras, que nos atacaban a todos los buenos. La ley lo que dice es que hay un conflicto armado, profundo, todos somos responsables y las víctimas son de todos los lados.
¿Está de acuerdo con que se considere sólo a las víctimas desde 1985?
En la definición de quiénes son las víctimas uno tiene dificultades. Allí se necesitaría una posición más sabia y sutil para hacer el discernimietno de quienes son. Yo prefiero hablar de comunidades victimizadas. No sólo han atacado a las personas que están allí sino que el hábitat que los rodeaba fue totalmente destruido, fue transformado en hábitat de miedo y terror. El contexto ecológico fue transformado en procesos agroindustriales masivos y una de las cosas más criminales: el campo fue sembrado con minas antipersonales. El campesino le tiene pánico a sus propias tierras. Los niños comenzaron a dudar en ir a las escuelas. Así que solucionar el problema a una persona, sino tiene la totalidad de la comprensión de lo que ha sucedido puede ser una tarea limitada.
¿Qué se puede hacer entonces para enmendar lo que no quedó en la Ley?
La Ley necesita la movilización de la opinión publica, de los pobladores, acopio de recursos, la determinación de hacer cambios estructurales para que sus pretensiones se consigan. A través de la dignificación de la totalidad de las víctimas, en la totalidad de su articulación con la naturaleza y la sociedad podremos construir este país en paz y conseguir reconciliación. Hay que tocar las causas de que las víctimas fueran victimizadas, hacer los cambios estructurales para que esto no se vuelva a dar. Eso no está garantizado ni explicitado en el texto y va a requerir un involucramiento de las comunidades para no dejar que la ley sea manejada por aparatos burocráticos que la simplifiquen.
¿Teme que todo esto se quede en el papel?
Podemos estar en un escenario de matar el tigre y asustarnos con el cuero. El camino que se abre es sumamente exigente. Voy a volver a una imagen que nos puede ayudar a pensar. Una de las preocupaciones de esta conversación es el valor de la vida. Es la relación del ser humano con la naturaleza. La imagen que se me ocurre es la del feto al interior del vientre de la madre. Usted no puede proteger al feto sin proteger a la madre y la totalidad de la vida. Pero esa es la relación de cada uno de nosotros con la naturaleza, con el paisaje, con el territorio. Somos una sola cosa con esa totalidad. Tenemos que poner mucha atención a lo que van a elaborar las comunidades indígenas y comunidades afro. Ellos no separan su cultura, su lengua, lo que comen, los árboles con los que conversan, los animales que consideran tan dignos como las personas. Eso nos aproxima a una visión mucho más femenina de la vida. Ahí hay valores muy serios para tener en cuenta.
¿Cómo lograr esa inversión de valores de la que usted habla?
Cuando hago esta aproximación de valores, se me plantea un problema. Y es que uno no puede producir el valor moral. Por leyes que se hagan, por técnicas que se desarrollen usted no puede hacer que la gente se ame. No puede hacer que se la juege por la vida, no puede llevar a que sean honestos. Lo que debemos hacer es crear las condiciones. La teoría filosófica dice que el valor moral no se logra si se lo pretende, si se lo busca. Por eso los líderes de la paz, de la vida, de la reconciliación, son gente desineresada, no les interesa poder, ni el dinero, ni el reconocimiento. Les interesa es que ocurra el valor. Y una de las cosas bellas es cómo crear las condiciones para que a través de una ley como la de víctimas, se creen las posibilidades de la vida.
¿Sin ser pesimistas, la devolución de tierras simplemente no nos devuelven al escenario que desató toda esta guerra?
Acepto que la ley se puede quedar en la mitad del camino y entiendo por mitad del camino devolvernos a hace 40 años, a la situación agraria en que fueron arrebatas seis a ocho millones de hectáreas. La condición para conseguir lo que estamos buscando es trabajar con seriedad desde lo político y lo educativo, trabajar en la construcción del aparato institucional que haga esto posible. Las mismas cifras del Estado ponen en evidencia que son unas 350.000 familias expropiadas. Es evidente que hay dinámicas perversas que producen ese problema, sacando campesions de las tierras, destruyendo la naturaleza, reventando la vida rural en Colombia. Si no se crea un aparato serio que enfrente eso no es posible. Se necesita la presencia empoderada de las víctimas pero no sólo en el aparato institucional central. No sólo en la institución que toma decisiones en Bogotá sino en las regiones, donde va a ser mucho mas difícil, porque muchos de los victimiarios están en el poder local y tienen injerecia en justicia y política local. Si allí mismo no están las victimas con protección de sus vidas será muy difícil avanzar. Pero creo además que hay un problema ético muy complejo. No basta con ejercer la autoridad sobre los victimarios. Es muy importante convertirlos a los valores que están en juego. Lo imporante es incidir en el victimario, convertirlo al valor de la vida.
¿Cuánto va a tomar una reconciliación?
No sé.
Es dificil que las víctimas perdonen hasta que no les digan toda la verdad, hasta que primero no se repare todo.
Me acuerdo del escenario de Puerto Berrío. En aquella plaza un hombre desmovilizado del Bloque Central Bolivar tomó el micrófono y dijo ustedes nos tienen que perdonar. Fue muy bonito el discurso en las victimas. La expresión fue de no sean sinvergüenzas. Y empezaron a hacer preguntas: diganos por qué nos mataron, diganos donde están las personas de nuestras familas, como garantaizan que no va a volver a pasar, estamos abiertos a reconciciliacion pero no nos pidan que algo que toca nuestra dignidad no esté satisfecho. Lo que pasa es que la vergüenza, que se ha perdido en el país, es un valor muy grande. Es el sentimiento que tienes por violar los pactos de honor de una comunidad. Eso es importante sentirlo. Que le he sido infiel a mi gente. Que he tocado las cosas sagradas.
Si no se logra la confianza no se puede vivir en paz.
Ni puedes construir la seguridad. Uno de los problemas interesantes que se desarrolló en el país fue la necesidad de construir seguridad. La idea fue que para que exista seguridad como hay unos malos vamos a traer policía y ejército y eliminar a los malos, y solo vamos a quedar los buenos. Pero la cosa es mucho mas complicada. Depende de la confianza entre unos y otros. Y nace de decirnos las verdades, de ponerle cara a los problemas.
¿Cuándo vamos a taner esas herramientas y un país que haga todo esto?
Creo que para avanzar en esa dirección el proceso tendría que pararse mucho sobre la gente, sobre los procesos campesinos, indígenas y afrodescendientes. En todas partes hay un liderazgo real basado en mujeres y hombres que son creíbles, que cuando convocan la gente responde, que no son políticos buscando el poder ni la manipulación de los demás. Esa riqueza es muy honda. Hemos perdido al menos 10.000 personas de esas. Esas personas que le ponían la cara a la guerrilla, a los paras, a los políticos, y tocaban el alma de los pobladores, eso no lo han logrado acabar a pesar de la agresividad del aparato dirigente de Colombia. Si la ley se va a aplicar a través de aparato del Estado sin hacer un discernimiento de las personas que están ahí, si se va a aplicar sobre los políticos locales que están muy penetrados por esta barbarie, no funciona. Pero si la ley busca con finura la riqueza moral del país esto es factible.
¿Pero es dificil desmontar esos aparatos de guerra?
La guerra desestabiliza, enreda, llama a vivir en un escenario de terror. Ahí se mueve el aparato mafioso que manda a matar. Y hay que luchar con todo para no seguir por el camino de la guerra. Una salida con armas es una locura salvaje. Hay intereses fuertes en mantener la guerra. Porque es el escenario donde todo vale. Necesitas la guerra para que todo valga. Es el escenario opuesto a la vida. Vale tumbar los bosques y sembrar minas.
¿De qué manera cree que esta ley de víctimas está acorde con todo el modelo de desarrollo del gobierno?
Yo creo francamente que un proyecto como este debe ser consistente con sus propios supuestos éticos. Es evidente que en una ley así el desarrollo es el ser humano en armonía con la naturaleza. Eso es lo que está ahí. Colombia por ahora no piensa que el desarrollo es el ser humano. Colombia piensa que el desarrallo es exportar más barriles de petróleo, más carbón, mas aceite de palma, mas toneladas de caña de azúcar, porque con eso conseguimos divisas, y tenemos plata y que importa que todo se destruya. Ese es el punto de fondo. Entender que vivir en armonía con la naturaleza es compatible con niveles de vida bellos y grandes para todos. El desarrollo con la gente no está en contra de la producción agroindustrial, de la siembra de los productos tropicales permantenes, pero si está contra las formas que rompen la vida de los pueblos rurales, que destruyen el medio ambiente, que desplazan campesinos.
¿Como provincial de los Jesuitas, no cree que la Iglesia tiene una deuda con el país en la educación desde una perspectiva de respeto a la Naturaleza?
Lo primero que diría es que mi sentir es que el cristianismo tiene una deuda con la ecología, con el medio ambiente. Pero la Iglesia ha producido recientemente muchas orientaciones en este sentido. Los mensajes éticos de poner en primer plano la responsabilidad con naturaleza son muchos. En la última congregación, el Concilio Mayor de los Jesuitas, esto tuvo una importancia central. Por eso uno de los mandatos que nos hemos propuesto los provinciales de América Latina es el Amazonas en su totalidad: las culturas, las tradiciones, las lenguas indígenas. Un compañero jesuita, ya viejo, me decía el otro día: cuando yo entre de jesuita me dijeron que el objetivo de ser jesuita era salvar las almas y llevarlas al cielo, después en los años 70 me dijeron que el objetivo era luchar por la justicia, y ahora cuando tengo 80 años me dicen que el objetivo es luchar por la naturaleza.
¿De qué manera la reconstrucción del país tras la ola invernal se puede relacionar con la ley de víctimas?
Una parte mayoritaria de los recursos los dedicaría al desarrollo preventivo. Si en los últimos 10 años hubiéramos dedicado una parte de ese dinero a crear empleo campesino, sembrando bosque, protegiendo aguas, trabajando en humedales, no estaríamos en este problema. ¿Qué fue lo que pasó? Que las lluvias de Colombia se llevaron el suelo de las montañas porque no había follaje para protegerlas, ese suelo cayó al río, el rio tiró el suelo en las ciénagas, las ciénagas que eran profundas se llenaron de arena, el pescado se reproducía en las ciénagas, pero se llenaron de tierra y ahora no hay pescado. Lo mejor para esas cosas es hacer planes de ordenamiento territorial con los pobladores que saben que bosque se debe conservar, cual explotar, las zonas de humedales, el territorio para producción de alimentos, para agroindustria.